Dime con quién andas… y te diré qué te amenaza

5 abril, 2016
eventos-uoc Imagen de Headway – Unsplash.

El estudio y la evaluación del público como herramientas de gestión de seguridad en los eventos se erigen en elementos indispensables a la hora de planificar el desarrollo de un acto y contemplar las necesidades de medios logísticos y humanos.

Si actualmente el éxito de un evento se caracteriza por el impacto de su difusión comunicativa, conseguir que este se acometa con fluidez y seguridad, en un tiempo marcado por una latente amenaza global consecuencia de la transnacionalización y globalización de las circunstancias de peligro, es una garantía de acierto.

La máxima más conocida en la seguridad por su carácter indubitado es “la seguridad total no existe”, aunque no por ello se deba de dejar de incidir en la prevención de riesgos, partiendo del análisis de amenazas y vulnerabilidades.

Una potente conjunción de las medidas preventivas en los aspectos de amenazas (indicios por los que se manifiesta un peligro), riesgos (circunstancias contingentes a personas, objetos o situaciones que puedan darse) y peligros (como circunstancias contingentes inminentes) aseverarán la línea de acción en aras a la protección de todos los asistentes, bien sean autoridades, invitados o público en general. Hay que tener en cuenta que este último -sin ser participante en el acto- en muchas ocasiones puede aparecer como concomitante o circunstancial y que su presencia es, cada vez, más manifiesta: desfile del Día de la Hispanidad, entrega de los Premios Goya y su alfombra roja, caravanas de celebración de premios deportivos, inauguraciones de obra pública, etc.

Por este motivo, a la hora de valorar el diseño de un evento, es indispensable contar con el dispositivo de seguridad inherente al desarrollo de un acto. Ya sabemos, y no obviamos, el imprescindible valor del triángulo protocolo-seguridad-comunicación y, apoyándonos precisamente en este último elemento, se debe considerar la intromisión en la esfera privada y la vulneración de los derechos a la intimidad y a la propia imagen también como bienes de preciado valor, y no solo contemplar aquellos riesgos marcados por una amenaza física.

Precisamente es en actos o eventos de marcado cariz social donde confluyen las esferas de la vida pública y privada -como la cada vez más permeable barrera entre los actos privados del ámbito empresarial y los oficiales-, donde más dificultoso se presenta el control de estas variables.

La particularidad de la situación actual es que la amenaza ya no es únicamente externa pues, hoy en día, en numerosas ocasiones, el “enemigo” está en el interior, con la facilidad para el acceso a medios de captación de imágenes y audio al alcance de cualquiera. Una situación que se ve favorecida por la proliferación del uso de las nuevas tecnologías y la inmediatez divulgativa, sin, además, control alguno en su alcance debido a la proliferación de los nuevos canales de comunicación a través de las redes sociales.

Es deber del organizador velar por la protección integral de los asistentes y del público que, con su presencia, contribuye a la difusión y atención asignada al evento. Sabemos que “lo que no se comunica no existe”, pero también es preciso lograr que se comunique aquello que queremos y no que la atención del despliegue informativo se dirija a otro foco, no pretendido ni buscado.

Como en todos los dispositivos de seguridad, es siempre útil ponerse en el peor escenario posible y valorar con precisión los riesgos particulares de cada situación, aunque se trate de un evento conmemorativo con repetición cíclica. Y es que, hoy en día, precisamente, no está nada de más incluir estos aspectos comentados ciertamente como un intangible, pero de gran valor, a proteger y preservar.

La realidad es que, aunque imágenes e informaciones se encuentran supuestamente protegidas por la vinculación del secreto profesional, cada vez son menos respetadas en el paulatino proceso de desvalorización ética que caracteriza nuestro momento histórico.

La organización o el profesional del protocolo que consiga preservar con rigurosidad y control estos derechos, como aspectos contemplados dentro de la seguridad integral ofrecida, podrá garantizar un evento con parámetros de excelencia e incluir en su presentación de servicios estos valores añadidos como elementos diferenciadores de calidad.

Lo que a veces puede quedarse en una simple anécdota, como en el caso de los selfies de Obama en el funeral de Mandela -a pesar de que acabaron colapsando y desviando el interés del acto-, en otras ocasiones menos afortunadas puede llegar incluso a desvelar cuestiones vinculadas a la seguridad.

Este artículo se publicó previamente en COMeIN  Número 49 (noviembre de 2015)

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Autor / Autora
Profesora colaboradora del Máster universitario de Comunicación corporativa, protocolo y eventos de la UOC.
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